La Habana, la ciudad de la escasez

Solo décadas de políticas comunistas pueden explicar la ruina de una ciudad con tanto potencial como La Habana.

Parte del recorrido de La Habana en bicicleta. (Market Urbanism)

By Scott Beyer

Ya pasó una semana desde mi viaje a Cuba, donde estuve cuatro días recorriendo La Habana en bicicleta, en medio de la constante sucesión de alto calor y lluvias torrenciales. Retornaba a mi posada cada noche cubierto de hollín.

Los primeros días tras regresar a Miami los pasé enfermo y exhausto en un hotel, pero finalmente conseguí producir un artículo para Forbes sobre la desigualdad de Miami. Al día siguiente, la publicación local alternativa Miami New Times criticó duramente mi artículo por argumentos que el escritor Kyle Munzenrieder encontró “estructuralmente racistas”.

Le escribí un correo pidiendo que me explicara la acusación sobre racismo, ya que no lo hizo en su escrito, pero aún no obtuve respuesta.

Dicho esto, mi mente permanecía en gran parte en Cuba.

Sería difícil resumir todo lo que aprendí allí, puesto que la isla tiene una compleja historia y cuenta con una miríada de regulaciones inspiradas en el comunismo, que han empobrecido al cubano común y son casi incomprensibles para los estadounidenses.

En las semanas que vienen exploraré estas políticas económicas y los efectos del embargo estadounidense para otras publicaciones.

Pero comentaré brevemente aquí sobre las condiciones de vida en La Habana, junto a unas cuantas de las 300 fotografías que tomé mientras estuve allí.

La escasez por doquier

Mientras exploraba los barrios de La Habana, lo que más llamaba la atención no era la pobreza de la ciudad, aunque había bastante de eso, sino más bien la escasez. Debido a que el Gobierno cubano no entiende o valora la producción en masa — a saber, no para la agricultura — hay escasez de todo.

En Estados Unidos, damos por sentado que cualquier necesidad básica está a tan solo unos minutos de casa en auto. Pero en La Habana no es tan simple.

Los residentes tienen su movilidad muy limitada: el bus público es barato pero poco fiable, el reciente sistema de taxis privados es eficiente pero costoso, y para la mayoría de los cubanos poseer una bicicleta —qué decir un automóvil— requiere años de ahorros. Por lo tanto, deben surtirse en tiendas del barrio, que tienen un inventario mínimo. Aún si todos tuvieran autos, hay pocas opciones afuera de sus zonas.

Para entender por qué, imagine una ciudad donde cada tienda es literalmente el 1% de lo que sería en Estados Unidos.

A typical bakery in Havana.

Mientras que una farmacia en EE.UU. como Walgreens o CVS vende no solo medicinas, sino numerosos productos alimenticios, domésticos y bebidas, la típica farmacia de La Habana tiene unos cuantos estantes con tal vez cien medicinas. Y eso es todo.

En Estados Unidos, un supermercado moderno por lo general tiene una superficie de más 4.000 m2. En La Habana, los distintos alimentos se venden separadamente en pequeñas tiendas destartaladas que suelen ofrecer apenas uno o dos productos a la vez.

Los mercados venden frutas y verduras; las carnicerías venden carne; y muchas panaderías como la fotografiada arriba venden un panecillo poco nutritivo que uno encontraría solo en un comedor de carreteras de mala muerte en Estados Unidos. La gasolinera típica no tiene ni un décimo de lo que ofrece un 7-Eleven.

A mercado that sold only mangoes, plantains and potatoes.

Esto no debe sorprender, ya que la mayoría de los cubanos ganan unos US$20 al mes y por ende tienen un poder adquisitivo mínimo. Pero la escasez afecta a todos los tipos de ingreso.

Por ejemplo, yo como turista estadounidense era inmensamente rico para estándares cubanos. Sin embargo, mis gastos se limitaron básicamente a mi hospedaje, el alquiler de mi bicicleta, agua embotellada, café y taxi.

Mi único derroche fue llevar a una pareja que conocí a un restaurante que para estándares locales era exquisito, pero que no excedía ni en calidad ni en costo a un Applebee’s. Todo esto por cuatro días me costó US$360.

En comparación con los pocos otros turistas estadounidenses que conocí allí, mi presupuesto era extremamente económico, pero aún así era más de lo que muchos cubanos gastan en todo un año.

Half of the available meat supply at a downtown carnicería.

A pesar de contar con todo este poder adquisitivo, me vi imposibilitado de comprar productos básicos. Durante mi primera noche en La Habana, me percaté cuando ya era demasiado tarde que el huésped de mi alojamiento no me había proveído de papel higiénico.

En Estados Unidos, esto sería un descuido flagrante. Pero en La Habana, descubrí, esto era normal, lo cual me llevó a recorrer mi barrio a las 3 a.m. ofreciendo pesos a los muchos adolescentes que todavía estaban afuera de sus casas por un poco de papel higiénico.

Pero cada vez que les hacía el ofrecimiento, ellos explicaban, de forma cómica, que no había papel. Finalmente encontré a un chico que hablaba inglés aceptable, a quien pregunté cómo podía ser que no hubiera papel higiénico en ningún lado.

Luego de mandar a su hermano pequeño adentro a buscar algo, me explicó que “en La Habana, el papel higiénico es un lujo, como el chocolate”, y que la mayoría de los residentes simplemente no lo tenían.

¿Cómo hacían entonces?

“Aquí en La Habana tenemos un dicho”, bromeó. “Decimos: ‘Los cubanos tenemos buen culo. Sirve para todo tipo de papel: higiénico, de periódicos, de libros —de cualquier tipo’”.

Cuando regresó su hermano menor del interior de la casa, tenía en su mano una única hoja de su libro escolar. En subsiguientes entrevistas con cubanos empobrecidos aprendería que otros “lujos” eran el jabón, carne, leche, queso y helado, por no hablar del centenar de aparatos y electrodomésticos que uno encuentra en cualquier hogar estadounidense.

Vida urbana

Algo que mencioné antes de viajar a Cuba fue que quería ver cómo funcionaban las calles en una ciudad con 50 años de estancamiento. Aprendí que hay mucho de bueno y de malo, pero en aras de la brevedad en este artículo describiré lo bueno.

La Habana, tanto en el centro como en los barrios, ofrece una cultura callejera brillante con personas, música y comercios (espartanos). En muchos sentidos, es el sueño del bohemio urbano, ya que uno puede pasar horas caminando por las calles llenas de gente amigable que compartirán sin problemas los detalles de su vida con un extraño.

De hecho, hay pocos lugares donde uno no encuentra un grupo reunido en cada esquina; y en lugar de ignorarse los unos a los otros, muchos están en comunicación constante, gritándose desde edificios adyacentes.

A busy street in the southwestern slum where I stayed.

Esta atmósfera callejera continúa hasta el amanecer y son los jóvenes en su mayoría quienes permanecen en las esquinas riendo, bebiendo y cantando. Para ellos, un gringo rico es más bien una fuente de diálogo ameno, ya que tratarán de todas formas de sobreponerse a la barrera del lenguaje.

Pero no suena tan idílico cuando uno descubre que detrás de este estilo de vida está la penuria. Muchos cubanos, debido a la pobreza, se ven obligados a vivir amontonados –a veces hasta 10 en una misma casa, según una persona con la que hablé– por lo que es natural que quieran escapar a las calles.

Como algunos no pueden costear puertas o ventas, mucho menos mecanismos de seguridad, tienen poca privacidad y tratan las aceras como extensiones de sus viviendas. Y puesto que tan poca gente posee autos, los cuales andan mucho más despacio que los vendidos en Estados Unidos, el tráfico es menos amenazante, permitiendo a los peatones permanecer en el asfalto.

Debido a que los parques están tan descuidados, los chicos hacen deportes en las calles mismas, que son angostas porque raramente se construyen edificios modernos.

Streets are empty enough for children to play soccer in the middle of the day.

Otro aspecto igualmente fascinante de la cultura callejera de La Habana es su declive a través del tiempo, tema que cubriré en el siguiente artículo.

No es difícil notar que La Habana solía ser una ciudad avanzada con una clase gobernante y mercantil que tenían sensibilidades urbanísticas sofisticadas.

Mientras pedaleaba por las bajas colinas de la ciudad, por momentos tenía extraños recuerdos de San Francisco al observar la arquitectura española elaborada que se intercalaba con parques, escalinatas y paseos peatonales.

Para tener una idea de la desolación de La Habana, uno puede imaginarse a San Francisco con 50 años de descuido y deterioro al estilo de Detroit.

Podría continuar describiendo otros aspectos de la vida callejera en la capital cubana, pero hay otras curiosidades que los lectores podrán encontrar interesantes.

Como se podría esperar de una dictadura comunista, hay pocos símbolos religiosos y numerosas insignias políticas que celebran la persistente Revolución cubana.

Irónicamente, muchas de estas insignias están descuidadas.

A celebration of CDR, the network of neighborhood watchdogs tasked with upholding the Communist order.

Los automóviles viejos de Cuba podrán ser encantadores, pero son terribles para el medio ambiente. Su antigüedad y pobre mantenimiento significan que escupen un humo tóxico en la cara de las personas.

En las partes centrales de La Habana, donde las calles son angostas y los edificios altos, el tufo persiste, dejando irrespirable el aire.

Estas máquinas también se descomponen frecuentemente; es difícil recorrer 10 cuadras sin encontrar alguna parada en la calle con el capó abierto.

En Estados Unidos, los mercados abiertos y ferias son un lugar selecto para productos de mayor calidad y costo de lo que uno encuentra en los supermercados. Los stands generalmente tienen como dueños a “granjeros” que ven su actividad más como un hobby.

Sin embargo, en La Habana estos mercados son el lugar donde cubanos desesperados recurren para ofrecer tornillos, platos, autopartes y cualquier otra cosa que la familia pudo haber encontrado para vender.

Street fair in Havana.

Street drainage is terrible after it rains.

Otras fotografías:

Este artículo fue publicado originalmente en Market Urbanism.

Scott Beyer es un periodista estadounidense que se especializa en asuntos urbanos de EE.UU. Es columnista de Forbes, Governing Magazine y MarketUrbanism.com

Traducido por Daniel Duarte.

Origen: La Habana, la ciudad de la escasez

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