
Los dolores de parto empezaron en su pueblo, a oscuras. Su bebé estaba por llegar y Milagros Vásquez, de 20 años, necesitaba ayuda. Con un vestido corto estirado sobre su cuerpo hinchado y cada vez más estresado, Vásquez se enfrentó a un viaje en mototaxi a través de tres ríos y sostuvo su vientre en dos accidentados viajes de autobús. Pero llegar al primer hospital solo fue el principio.
Durante las siguientes 40 horas, Vásquez, quien fuera una estrella deportiva en la secundaria, visitó un segundo, un tercer y un cuarto hospital. No tenemos instrumental estéril, le dijeron en uno. No hay incubadora, le dijeron en otro.
Tomó otro autobús. Durmió en una banca. Lloró en la calle y perdió la cuenta del número de doctores que le habían puesto la mano dentro en un intento por estimar su dilatación solo para decirle que se fuera. Intentó en un quinto hospital. No podemos ayudarte, le dijeron.
En Caracas, al fin, afuera de la mayor maternidad del país, lanzó una última súplica desesperada. “Por favor, Dios”, oró Vásquez, “no permitas que me muera”.
Origen: Infobae
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