La metamorfosis de Ricardo Darín: “Soy de los que creen que las cosas nunca van a mejorar” | Reportaje

Películas como ‘Nueve reinas’, ‘El hijo de la novia’, ‘Relatos salvajes’ o ‘Truman’ convirtieron al antiguo galán Ricardo Darín en el mejor actor latinoamericano. Y en uno de los mejores del mundo

Ricardo Darín, de 65 años, en Madrid. El actor está actualmente de gira por España con la obra teatral ‘Escenas de la vida conyugal’.JORDI SOCÍAS

LEILA GUERRIERO

Es el mes de septiembre de 2004 y, como cada primavera austral, en la Patagonia argentina florece la retama, un arbusto cuyas flores amarillas diluyen la hostilidad de las montañas. El director está allí para filmar su segunda película —la primera, cuatro años atrás, lo colocó, junto al actor que ahora permanece tumbado sobre el suelo de un bosque lúgubre, en el olimpo— y tiene 45 años. El actor es apenas más grande —47—, pero ha trabajado en decenas de películas, programas de televisión y obras de teatro. Este rodaje debía transcurrir en un paisaje oscuro y húmedo, pero nadie tuvo en cuenta la retama, de modo que cuando el equipo desembarcó en la ciudad de Bariloche, sumida en un paisaje optimista y amarillo, el director dijo: “No filmo, esto parece Heidi”. El actor le dijo: “No podés trasladar a 100 personas hasta la Patagonia y suspender”. Discutieron. Finalmente, el director pensó que el actor tenía razón y aquí están, en un bosque umbrío, milagrosamente sin retama, rodando la escena en la que el taxidermista interpretado por el actor percibe el aura, un estremecimiento profético que antecede a la convulsión epiléptica. En Buenos Aires, durante meses, el director y el actor han investigado sobre la epilepsia hasta comprender que cada ataque es distinto y han decidido que el actor construya su propia convulsión. Ahora, en el bosque, el director ha dispuesto las cámaras y espera. El actor está de pie con un arma en la mano. Da un paso, otro, hasta que el rostro se apaga, encandilado por una luminiscencia opaca. La mano deja caer el arma. El cuerpo se derrumba, blando sobre el suelo, y se arquea como si los tendones intentaran fundirse con los huesos. Es algo mínimo y atroz, una entrega, un éxtasis. La toma sigue hasta que el director ordena cortar. El actor se queda tendido sobre las hojas húmedas. El director corre hacia él, se arrodilla a su lado. No le pregunta si está bien. Le pregunta: “¿Cómo es?”. El actor, como quien ha pasado por una experiencia que nunca tendrá en un cuerpo que no es el suyo, le contesta, con la voz cargada de pena y espanto: “Es muy doloroso”.

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Origen: | Reportaje El Pais

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