Alicia Romero e Isabel Vásquez, de las Madres contra el Paco en Lomas de Zamora (Foto: Maxi Luna)
En el Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, Infobae estuvo en el corazón del barrio Villa Lamadrid de Lomas de Zamora con Isabel Vásquez -a quien le mataron a su hijo Emanuel- y Alicia Romero, entre otras, de Madres contra el Paco. Ellas cuentan su lucha, tristezas, pequeños triunfos y amor por los jóvenes
Por
Marisol San Román
Los carteles delatan los precios competitivos de la Salada: $250 por una gorra. Con el mismo dinero, dicen aquí, podría conseguirse en el barrio una dosis de aquello llamado “papelito”, como llaman al paco. En la calle colapsada, los autos se amontonan entre vendedores ambulantes y los visitantes de la feria. Es fin de semana: mientras que el mercado está repleto, las calles están vacías. A 200 metros de ese caos, una panadería con el nombre “Las Madres” atrajo casi a 20 vecinos, que en estos momentos están organizados entre brochas y baldes de pinturas. “Mate y pucho, así hasta terminar el mural”, se ríe una chica y su voz se pierde entre una canción de Gustavo Cerati, todos ellos saben que este 26 de junio, el Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, comenzará con un nuevo mensaje.
Entre las latas de pintura aparece Isabel Vasquez, la directora de la organización Madres contra el Paco. Abre una puerta, y allí está su casa, dentro de las instalaciones. Rompe el hielo, y comienza: “Yo me siento madre de todos los chicos que pasan por acá, ya acompañamos a más de 2.000, y me involucro con cada uno porque los quiero. Todo lo que tenemos es por luchar”, agrega.

Revive poco a poco su historia, toma una gran bocanada de aire, pone sus manos en su pecho, y comienza a recordar aquel momento cuando se baja del colectivo por ver a un chico en la calle, todavía su mente guarda la imagen de aquellos ojos azules, su respiración agitada, como temblaba bajo toda esa ropa rota y repetía una y otra vez que tenía frío. Aquella voz la calmó con un café y una factura hasta que meses después de aquel 2001 se lo volvió a cruzar, esta vez en Lomas de Zamora. El chico de los ojos azules estaba yendo a comprar en un “kiosquito”, un búnker de droga a metros de su hogar fue el inicio de su trabajo. Así fue como una tarde llegó a contar 150 clientes que pasaban a buscar esos papelitos que imponían destrucción. Llegó una madre, con su hijo en mal estado, y se organizaron: marcharon y pidieron ayuda. Sus voces parecían no escucharse, eran gritos de auxilio. Tardaron 5 años para que clausuren ese lugar, aclara.
Esa batalla que comienza en el 2001, tuvo un punto de inflexión, 8 años después, en 2009, cuando asesinaron a su hijo Emanuel, de 27 años, para intentar callarla. En ese momento, las madres que luchaban se asustaron y muchas se desvincularon de la organización. Pasaron de ser más de 100 a 33. Aún así, Isabel Vasquez y Alicia Romero siguieron juntas y más decididas que nunca: “no nos van a callar”. Esa gigantografía de fondo es el retrato del hijo que perdió por luchar contra el paco. Continua: “Lo que pasa con el paco es terrible. Lo que sufren las madres cuando sus hijos caen en las adicciones. A una madre un chico le robó las ollas de la cocina, después el colchón para dormir, y lo último, cuando ya su mamá dormía en el piso: le sacó la ropa del trabajo y la vendió en la feria. La señora tuvo que ir al puesto y comprar su uniforme para ir a trabajar”. A sus espaldas hay paredes de colores, un gran televisor, dos grandes cuadros: uno con el Papa Franciso y otro con Maradona.

La puerta se abre y entra Alicia Romero, otra de las madres fundadoras, luego se incorpora a la charla. “Los pibes de los barrios no saben que consumen. La cocaína adulterada y el paco son las drogas para los pobres. Nuestros pibes consumen de la peor y caen para calmar el dolor de vivir, de no encontrar un destino, y ahí tienes a los vivos que se aprovechan y les venden. Entran de a poco, nada es de golpe, por eso hay que tener una mirada integral. Somos personas y nos pasan cosas. Acá nadie tiene una prepaga ni se puede pagar un centro de rehabilitación, y en los hospitales no los quieren atender para desintoxicarlos”, crítica Romero.
Alicia no necesitó que se le muriera un hijo para luchar por la vida de otros. Desde los ‘90 se organizó con sus vecinos: frente al hambre puso un comedor. Tenía una misión en la vida: dar su vida por los otros. Pero en 2001, en los alrededores de su casa en Lomas de Zamora, empezó a notar que algo pasaba. “Los pibes venían con toda la ropa rota, como destruidos”, comenta. Fueron madres, sin esperanzas ni recursos, las que le tocaron la puerta. Era el paco lo que estaba desgarrando a la juventud de su barrio, y desde que ayudó a la primera madre siempre siguió para adelante, a pesar de las amenazas que recibió.

A pasos de la casa de Isabel se encuentra una panadería con fines sociales, “Las Madres”. Se marca el precio del kilo de pan a $180, y en su interior se encuentra Pablo, uno de los cocineros que se recuperó del paco. Aunque fue su madre la que pidió ayuda y hoy no este viva para disfrutar el triunfo de su hijo, quien solo es solo uno más como Luis, Eli, Marta, algunos nombres que recuerdan con emoción Alicia e Isabel, pero se detienen en uno, el de Nicolás.
Patricia, madre de Nicolás, ya no sabía qué hacer con su hijo de 15 años. Sentía que la adolescencia se le iba a de las manos hasta que un día, en un partido de fútbol, vio cómo le sangraba la nariz, y se enteró que su hijo consumía. Nunca lo dejó solo. Siempre iba detrás de él, sin importar a dónde escapara. “No tenía miedo, yo lo iba a buscar a la Villa 21. Un día hubo un tiroteo y a mí no me importó, pasé por debajo de las balas mirándolo a los ojos. Lo agarré y me lo llevé. Nunca lo abandoné, incluso en los peores momento”, sostiene. Ese chico de 15 años que parecía rebelde era un adicto, y el paco lo destruyó poco a poco. Una noche de 2009 su hijo no volvió a la casa, como acostumbraba: salió a buscarlo por todos lados. Primero fue al club, y nadie lo había visto, luego se metió a la Villa 21, y tampoco había señales de él, hasta que un llamado le cambió la vida: era la policía. Nicolás fue detenido por participar en un robo. Lo condenaron y estuvo 7 años presos.
En su desesperación, cuando ya no sabía qué puerta tocar, Patricia llegó a Alicia, quien comenzó a visitar a su hijo en prisión. Para ella, Alicia es como un ángel. “Es alguien que nunca nos abandonó y que iba a visitar a mi hijo cuando estaba preso, siempre nos atendió, y lo ayudó muchísimo”, agrega. Estuvo 10 años transitando su adicción y hoy a sus 28 años, ya fuera de la celda, transmite la palabra de Dios, tiene un trabajo, formó una familia y lleva 3 años sin consumir.

“Mi mensaje para las madres es que nunca dejen de luchar, con mi hijo fue muy difícil, tardó 10 años en curarse y salir adelante, ahora es otra persona, ya tiene trabajo y familia. Es importante que las mamás no los dejen, que los miren a los ojos, le miren la carita, eso es lo que sus hijos se van a acordar, que estuvieron a su lado cuando estaban tirados. Mi hijo parecía un muerto caminando, y yo nunca lo dejé. Ahora tengo un sobrino con estos problemas y mi hijo lo está ayudando a salir, viene a casa y le habla, lo que vivió no fue en vano”, dice emocionada Patricia.
Cómo le sucedió a Patricia, la hija de Celia -que vive en el Barrio Mitre de Capital Federal- estuvo en prisión. “Yo metí presa a mi hija y hoy me arrepiento. Le hice una restricción para que no vea a sus hijos porque venía pasada, ella tenía una enfermedad, logré que la internen, pero la metieron presa 4 meses. Yo lo que necesitaba era que salga de la droga. Aunque pude internarla, ahora tiene antecedentes, yo le arruiné la vida por judicializar las cosas. Ahora, con 33 años, lleva dos años sin consumir y aunque este limpia carga con eso. Pero con mi hijo lo volví a intentar, está en San Pedro. Tocó fondo de nuevo, llevaba un año estando limpio y volvió a tomar cocaína y los papelitos, uno tras otro. Me empezó a robar de nuevo, y dije que tenía qué elegir, que se podía ir a la granja o terminar en Ezeiza, me pidió ayuda y esa semana volvió a la granja”, inicia.
Celia se convirtió en la referente de Madres Contra el Paco en el Barrio Mitre. “Hoy un papelito, cómo viene el paco, cuesta 200 pesos, si está muy desesperado el pibe se lo dejan a 150, mientras que la coca no baja de los 500. Es muy adictiva, el que lo consume no puede parar y quiere más, por eso se lo venden a $150, porque el transa sabe que el pibe va a volver a comprar. Mis hijos consumían de todo: paco, crack, cocaína, marihuana, y cuando no era una cosa era la otra. Te empezás a dar cuenta de esto cuando ves que les cambia el humor. Que hay días que no hablan, otros que están deprimidos, están muy irritados, salen y no vuelven por tres días, hay muchas peleas, y empiezan a robar. Lo primero que me desapareció hace más de 10 años fueron $500, un montón de plata para esa época, después fue la licuadora, y así siguió. Tenía que tener toda la plata encima para que no me roben”, agrega. La lucha de estas madres continúa.

Los últimos datos sobre el consumo de pasta base-paco son del año 2017, cuando el Estudio Nacional sobre el consumo de sustancias psicoactivas realizado por el Sedronar determinó que “presentan tasas inferiores al 0,6% con mayores prevalencias entre los varones que entre las mujeres”. Si se extrapola el resultado al total de la población (la muestra es de 20.658 casos) se trataría de aproximadamente 113.764 consumidores de entre 18 y 65 años.
El Director de Comunicación del Sedronar, Federico Lluma, advirtió que no existen datos actualizados al día de hoy sobre consumo problemático de pasta base debido a la pandemia, y reveló que en breve se realizará un censo que determine el número actual de consumidores. También señaló que pasaron de tener 374 espacios de atención en 2020 a 769 en la actualidad a través de los Dispositivos Territoriales comunitarios y con las organizaciones sociales en las Casas de Atención (CAAC) y las Casas Comunitarias Convivenciales (CCC).
Sobre el efecto que causa en el organismo, el psiquiatra especialista en adicciones Matías Fonseca explicó que “además del gran deterioro a nivel físico, acarrea enfermedades directamente derivadas del consumo como alteraciones cardíacas, problemas hepáticos y dermatológicos y otros producidos por el estado de abandono en que se sumerge el adicto”.
Origen:Infobae
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