Plumas, lentejuelas, hombreras y diamantes… para ella nunca hay suficiente: alabada sea la diva americana que dictó las reglas del glamour antes y después de la década de los 80, en la que se consolidó como icono.
El nombre de Joan Collins evoca muchas cosas con solo escucharlo. Fascinación, sin duda. Carisma, desde luego. También maridos (ha tenido cinco). Su inimitable mezcla de energía y alegría de vivir. Pero para los seguidores de la moda, es precisamente lo personal del estilo de la superestrella de 89 años lo que la hace ingresar en el Olimpo de los mayores de todos los tiempos por derecho propio. Todo en ella es atrevido y característicamente suyo, desde la profusión de lentejuelas hasta las hombreras que rara vez se quita (sin olvidarnos de su sempiterno pintalabios rojo).
Si bien el papel más celebre de Collins fue, como todos sabemos, el de la intrigante Alexis Colby Currington en Dinastía (un personaje basado en parte en Donald Trump), la diva ha influido en nuestra forma de vestir desde mucho antes de la llegada de los años 80. De hecho, estamos hablando de una intérprete que lleva en el candelero desde principios de los años 50, cuando se dio a conocer como la chica mala oficial de Reino Unido tras interpretar a la adolescente inquieta Norma Hart en la película I Believe in You (luciendo además un montón de chaquetas con hombreras ante litteram).
Joan Collins ha dominado el arte de vestirse para dejar huella desde los comienzos de su carrera. En las sesiones fotográficas de aquel entonces solía posar con vestidos de cintura estrecha y pantalones Capri. Pero allá donde Audrey Hepburn parecía recatada y elegante con esa misma ropa, Joan resultaba decididamente sexy.
En la década de los 60 empezó a perfeccionar el look por el que hoy en día la conocemos, optando por vestidos de lentejuelas y pieles ostentosas para sus numerosos estrenos cinematográficos. Merece especial mención el vestido que llevó al estreno de Doctor Dolittle en Nueva York: un vestido largo de Castillo con un corpiño con adornos de pedrería y un escote despampanante (subastado por 5.000 dólares en 2015). Un vestido que se ajusta a 1967 tanto como el inolvidable Versace que llevó Elizabeth Hurley en 1994.
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Origen: Vanity Fair